Vivimos en un juego al que muchos llaman “Matrix”: un entramado de mandatos, creencias y normas que heredamos sin cuestionar. Desde la familia, la escuela, la religión y la sociedad nos enseñaron cómo debíamos vivir, qué era correcto, qué estaba mal, y hasta qué emociones eran aceptables mostrar.
Lo que pocas veces vemos es cómo esa carga se filtra en nuestro día a día. Y tu perro es uno de los espejos más claros para entenderlo.
Cuando ladra, tira de la correa o se muestra ansioso, no está “desobedeciendo”. Está mostrando la tensión de tus propias luchas internas: la presión por encajar, el miedo a no pertenecer, la frustración de vivir más desde el deber que desde el ser. Su comportamiento es la Matrix hablándote a través de él.
Al mismo tiempo, cuando lo ves descansar en calma, jugar con alegría o confiar plenamente, también refleja tu capacidad de soltar, de vibrar desde el amor y de recordar que podés crear otra realidad.
La enseñanza es simple y profunda: la Matrix te devuelve lo que vibrás. Y tu perro es el traductor más noble de esa vibración. Él no juzga, no manipula, no pone excusas. Solo actúa, mostrándote en su conducta aquello que tu mente y tu inconsciente aún no quieren reconocer.
Aprender a mirar a tu perro desde este lugar es empezar a hackear el juego. Es atreverte a elegir qué energía querés sostener y qué mandatos vas a dejar atrás. Porque cuando vos cambiás, tu perro cambia. Y cuando entendés el juego, ya no sos una pieza más: sos quien decide cómo jugarlo.