Desde siempre he creído en la conexión profunda que existe entre los perros y los seres humanos. No es casual que un perro llegue a nuestras vidas; ellos tienen la capacidad de encontrarnos, de ayudarnos a descubrir nuestro verdadero potencial, y de ser los maestros silenciosos que nos guían hacia quienes realmente vinimos a ser.

Comprendí que muchas de las vivencias que cargamos —heredadas de nuestros padres, abuelos y todo nuestro árbol genealógico— forman parte de una memoria celular que condiciona nuestros desafíos y aprendizajes. Al tomar consciencia de esto, podemos soltar lo que no nos pertenece y caminar nuestro propio camino, felices, aplicando los dones heredados por derecho y merecimiento para nuestra evolución y la de todos los seres que nos rodean.

Este camino de descubrimiento no es solo mío: lo comparto cada día con las personas y sus perros. Veo la transformación en sus vínculos, en la felicidad del humano y en la cola que se mueve con alegría. Cada pequeño avance, cada desafío superado, cada momento de paz logrado juntos es un recordatorio del poder que tenemos para sanar y evolucionar.

Mi mayor aprendizaje ha sido confiar en esa sabiduría interna. Entender que las respuestas están dentro de nosotros, que es más fácil felicitarse por lo que uno es que enojarse por lo que no es, y que cada decisión —consciente o inconsciente— marca nuestro destino. Amo lo que hago, y por eso fluye de manera natural.

Hoy acompaño a las personas a salir de su caja mental, a comprender lo que su perro les muestra de sí mismos, a sanar su niño interno herido y a abrirse a una vida con más fluidez y autenticidad. Lo hago a través del adiestramiento humano-canino, sesiones de acompañamiento energético, y próximamente, también a través de un libro y formaciones.

Creo en una forma de evolución cercana, real y espiritual. Creo en los perros como espejos de nuestro ser, y en la capacidad infinita que todos tenemos para transformarnos.

Este es el camino que recorro.
Este es el camino que te invito a recorrer.